Sucediò en Chipre, isla del Meditarràneo. Un turista entrò en una tienda para adquirir unos productos que èl necesitaba. El dueño del establecimiento, viendo la alegrìa y buen humor de su cliente, le preguntò "si èl era cristiano". La respuestà no se hizo esperar: "Lo soy y me siento muy gozoso y agradecido de ese don" ¿ Por què ? - preguntò asombrado el dueño de la tienda -. El creyente en Jesùs respondiò : "Porque ¡ El muriò por mi !"
Tras unos momentos de silencio, el propietario dijo, con rostro sorprendido y apenado: "¡ Nunca, nadie, me hizo saber esa increible realidad! "
Esta conversaciòn es reciente. La difunde el mismo protagonista. Que, hoy, en la època de los satèlites, de los aparatos asombrosos de comunicaciòn que tenemos a nuestro alcance, todavìa haya personas que no conozcan a Jesùs, que no sepan que El es Dios-Amor, que nos ama hasta el extremo de dar su vida por todos, por cada uno de nosotros, nos ha de impactar de tal manera que ha de impulsar a orar - intensa y continuamente -, a evangelizar con màs pasiòn y alegrìa, sobre todo, con el testimonio- elocuente y convincente - de nuestra vida personal.
Cada dìa, todos los dìas ¡ continuamente ! tendrìamos que meditar, rumiar, la gran y fascinante verdad de nuestra vida: Jesùs, siendo Dios, me ama tan en serio que ha muerto ¡ por mi !
Si personalizamos ese Amor, si nos aficionamos a entrar en ese Misterio que es Jesùs, con y desde la ofrenda de si mismo en la Cruz, el Espìritu Santo nos harà magnìficos instrumentos suyos y la evangelizaciòn serà para cada uno de nosotros: una tarea tan gozosa como apasionante, advirtiendo - asombrados y emocionados - que cuanto màs compartimos la MEJOR NOTICIA, tanto màs crece nuestra fe, màs aumenta nuestro amor y màs gozamos de Jesùs.
El caso, triste y penoso, del protagonista de nuestra historia ( el vendedor chipriota ) es, hoy, màs frecuente de lo que podamos imaginar. Aunque parezca exagerado, a nuestro alrededor, hay un buen nùmero de bautizados que ignoran, que no se han detenido a pensar hasta dònde nos ama Jesùs. Esa realidad, terrible y grave, nos compromete a todos: pastores y laicos, (niños, jòvenes, adultos y ancianos, sanos y enfermos ) a evangelizar, a ser cada dìa màs santos, a anunciar, por todos los medios, a Jesùs, muerto y resucitado. Veremos maravillas, cambios de vida, milagros que nunca hubièramos imaginado.
A ejemplo de San Pablo, todos tenemos que decir: con la boca, con el corazòn y con la vida ¡Ay de mì, si no soy evangelizador!
Si Jesùs nos confiò ¡ personalmente ! la tarea, sublime y apasionante, de evangelizar "a tiempo y a destiempo" y lo hizo en el momento-cumbre de nuestra vida ¡el Dìa de nuestro bautismo! ¿podremos fallarle, defraudar esa tremenda confianza que El depositò en cada uno de nosotros?
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