martes, 12 de octubre de 2010

ANICETA, MUJER MISIONERA

Aniceta era una mujer sola, sin familia. Su ùnica compañìa era un mono, animalito-recuerdo de sus años vividos en un circo. Padecìa un càncer en uno de sus senos, y para mayor desgracia lo tenìa tan abultado que provocaba repugnancia y làstima en cuantos la miraban. Su ropa, al igual que su cuerpo, despedìa mal olor por su ropa sucia y rota, pero sobre todo, por su falta de aseo personal. Dios quiso que visitara un monasterio de Carmelitas Descalzas, quienes, desde el primer momento, la recibieron con amabilidad y deseo de ayudarla. Despuès de bañarla y sustituir su ropa vieja por una limpia y nueva, Aniceta parecìa otra, una mujer distinta. La Madre Marìa Elena, superiora de la comunidad, se interesò de lleno por su persona y su situaciòn, para luego hablarle de Jesùs, del Amor especial que El le tenìa por ser mujer sola y enferma. Lo hizo con tanto cariño que Aniceta, emocionada, se echò a llorar como una niña pequeña. Cuando la Madre Marìa Elena le preguntò por què lloraba, Aniceta, entre sollozos, le confesò : " Mis vecinos y conocidos me han asegurado que esta enfermedad que padezco es castigo de Dios, por la vida de pecado que llevè durante muchos años "
La religiosa la consolò, abrazàndola, explicàndole que eso no era verdad, que Dios no la castigaba sino que su enfermedad era una oportunidad que Dios le daba de compartir los sufrimientos de Jesùs en la cruz.
Aniceta escuchaba aquellas palabras como si se las dijera Dios mismo. Para ella todo aquello era un mensaje que tocaba muy profundamente su corazòn y le abrìa horizontes insospechados, increibles, que nunca habìa oido. Cada palabra de la Madre Marìa Elena era una caricia para su alma atormentada y todas le llenaban de paz y le inundaban de consuelo.
La comunidad de Carmelitas se desvelaron por atender a Aniceta. Para ellas esta mujer era la oportunidad de servir a Jesùs. Todo les parecìa poco para atender y servir a Cristo en esta mujer.
Le llevaron al hospital para que los mèdicos pudieran curarla o, al menos, aliviar sus dolores.
Aniceta habìa comprendido muy bien las enseñanzas de la Madre Marìa Elena. Durante su estadìa en el hospital, se dedicò a compartir con todos los enfermos que padecìan su misma enfermedad lo que ella habìa aprendido muy bien. Les decìa con toda sencillez y convicciòn: " Jesùs les ama con especial Amor, asociàndoles a todos y cada uno de ellos a su plan de salvaciòn.Quiere hacerles compartir sus sufrimientos en su pasiòn y muerte, pero sobre todo su resurrecciòn, para luego hacerles partìcipes de su Felicidad en el Cielo "
Aniceta hablaba con todo convencimiento, desde su propia experiencia. Los que la oìan quedaban impresionados, reflexionando sobre lo que les compartìa una mujer, enferma como ellos.
No sè si Aniceta era consciente de esta verdad, pero lo demostraba ¿ Quièn mejor que un enfermo y, màs si es terminal, puede evangelizar a los que sufren o estàn en la misma situaciòn que ellos ?
¡Cuàntas Anicetas hay a nuestro alrededor ! ¿No nos animaremos todos a evangelizar enseñando el valor increible de nuestros sufrimientos ofrecidos con los de Jesùs ?
Hermosa y apasionante tarea.

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