viernes, 13 de agosto de 2010

UN GRITO DE 4.OOO MILLONES DE SERES HUMANOS

Un domingo, en una ciudad importante del paìs, al finalizar la Eucaristìa, se me acercò una mujer de unos 40 años de edad, quien, con toda sinceridad, me confesò su asombro por haber escuchado ¡ por primera vez ! que" todavìa hay 4.000 millones de seres humanos que no conocen al Dios, vivo y verdadero, ni a su Hijo muy amado, Jesucristo"

Este grito de auxilio nos tendrìa que martillar el corazòn a todos y cada uno de los bautizados. Este grito desgarrador de esa multitud de hombres y mujeres, hermanos nuestros, es una llamada tan apremiante a todos, desde el Papa de Roma hasta el ùltimo niño que acaba de celebrar su Primera Comuniòn que nos tendrìa que sacudir de tal manera que no nos deberìa permitir dormir en la rutina y el conformismo, sino estimularnos a valorar cada dìa màs el tesoro de nuestra fe, promoviendo nuestra conciencia de que somos llamados y enviados a evangelizar, " para que todos conozcan la Verdad y sean salvados por Jesùs "

Bueno, muy bueno y siempre provechoso para todos recordar, profundizar y vivir lo que somos: presencia y prolongaciòn de Jesùs, allì donde vivimos y trabajamos, empeñados en cumplir la misiòn que, personalmente, nos confiò Jesùs el dìa-acontecimiento de nuestro Bautismo.

El don de la Fe es misiòn que se nos confìa, compromiso de ser "los brazos, la voz y los pies de Jesùs" ya que El quiere necesitar de cada uno de nosotros paracontinuar y perfeccionar la Obra màs grande y transcendental de todas: que "todos conozcan al Dios verdadero y al que El ha enviado: Jesucristo "

La cifra de 4.000 millones de personas que- todavìa -no conocen el Camino, la Verdad y la Vida: a Jesucristo, es una situaciòn, grave y desafiante, que nos afecta a todos los bautizados, a todos sin excepciòn, recordàndonos sin cesar, de dìa y de noche, que somos "responsables de la salvaciòn de la humanidad, misiòn personal e intrasferible que Jesus nos ha confiado personalmente, desde el dìa de nuestro Bautismo" misiòn que hemos de tomar muy en serio, cada uno segùn su estado y segùn sus posibilidades.

Nuestro aporte personal para hacer posible la evangelizaciòn de esa multitud de personas, por las que Jesùs ha dado su vida y ha derramado su sangre es tan importante como necesario. Esos millones de hermanos nuestros tienen derecho a beneficiarse de lo que Jesùs ha realizado para beneficio y salvaciòn de todos. Y nosotros derecho a crecer espiritualmente, a gozar con ellos de las maravillas que Dios hace en ellos y por medio de ellos, para santificaciòn de todos. ¡Ah, si vièramos, aunque fuera de lejos e imperfectamente, lo que esto significa: las muchìsimas e increibles gracias y beneficios que ellos y nosotros recibirìamos si ellos fueran evangelizados, todos los esfuerzos, todos los sacrificios nos parecerìan insignificantes y desprecia bles.Hay personas que piensan que esos 4.000 millones de hombres y mujeres " se pueden salvar en su propia religiòn, siguiendo su propia conciencia "y llegan incluso a afirmar que no hay necesidad de inquietarles o imponerles otra religiòn, sin advertir que esa su forma de pensar no sòlo no està de acuerdo con lo que piensa y quiere Dios, sino que esconde una mentalidad còmoda y despreocupada.

Los que asì piensan olvidan lo que Jesùs mandò a su iglesia, a todos y cada uno de los bautizados: "Vayan por todo el mundo y prediquen a todos la Buena noticia de la salvaciòn", sin acordarse de que ese mandato la Iglesia lo ha tomado muy a pecho y ha practicado durante 2.000 años.

El Papa Pablo VI, queriendo salir al paso de esta mentalidad, dijo unas palabras, muy claras y muy serias : "Los pueblos y naciones que todavìa no conocen a Jesùs ni su plan de salvaciòn, pueden salvarse por caminos que Dios tiene y nosotros no conocemos, pero ¿podremos salvarnos nosotros si no nos preocupamos de vivir nuestra Fe y anunciar a Jesùs, queriendo que todos le conozcan y le amen?

Oigamos todos ese grito: son cuatro millones de voces. Hagamos algo. Todos podemos hacer inmensamente màs de lo que imaginamos. Vivamos cada dìa màs unidos a Jesùs. Intensifiquemos nuestra oraciòn. Ofrezcàmonos, cada dìa, con Jesùs, a Dios-Padre, en uniòn con el Espìritu Santo, por la salvaciòn de todos, empezando por los que viven con nosotros o a nuestro lado.
Recordemos, con emociòn y gozo, que Jesùs nos valora y nos necesita: a todos, a cada uno. No podemos defraudarle.-

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